La
historia privada del volumen corporización o relación espacial
quedó hasta hoy circunscripta, en cuanto objeto escultórico, a un
proceso de conjugación en el cual la materia imponía sus leyes
propias.
Si
bien es cierto que la equivalencia materia – energía liberó en
muchos sentidos esa dependencia, aun subsisten pronunciados
anacronismos de realización al servicio de una imaginación precaria
para afrontar los nuevos problemas planteados en la escultura de
esta segunda mitad del siglo XX.
Indudablemente, la introducción del movimiento en los objetos
transformables y cinéticos dio un gran empuje a este proceso de
transformación que, a partir de las escuelas del
Constructivismo y
el
Bauhaus, se acentúa en la búsqueda de nuevas experiencias, dando
libre curso a todas las tentativas. Precisamente con
Madí se
concretaron y ampliaron esas perspectivas.
Pero aún faltaba algo. Era necesario dirigirse a la fuente misma de
la energía, hacer intervenir en esta experiencia a un elemento que
literalmente se escapa de las manos, a pesar de lo
cual ostenta una flagrante superioridad, tanto desde el punto de
vista biológico, como en su calidad de componente básico del planeta
en el cual vivimos… Quiero decir, concretamente, el agua.
Sin embargo, la historia pública del agua rebasa toda definición.
Como componente elemental y fuente de energía en ríos, océanos y
napas profundas del globo, el agua no admite ninguna comparación. El
elemento líquido, por el papel que juega en la fuerza motriz y en la
electrificación de la Tierra, tiene una importancia preponderante. A
pesar de ello el agua no había sido utilizada hasta el presente como
material de posible emisión estética.
Se
trataba, por consiguiente, de reivindicar esta primacía, integrar y
corregir lo que llamaré la arquitectura del agua. Para
ello fue necesario cercarla en una escultura transparente y utilizar
su tendencia a la dispersión, debido a su fluidez, dotándola de un
poder de circulación mediante el desplazamiento del aire en todas
las direcciones controlables. Este ha sido, en principio, el punto
de partida.
Progresivamente habrá que ahondar en las posibilidades y el
comportamiento que ofrece la media cúbica, el volumen líquido.
Habrá que permutar su conducta poética y su exacta naturaleza
interior, cambiante y móvil. Su pulsación con cada cambio de
posición y sus aproximaciones de nivel y refracción. Habrá que
emplazar sus límites precisos de manera que su órbita espacio –
temporal funcione dentro de un orden compositivo, no sólo para
disolver la antinomia contenido y continente, sino para superarla.
Será necesario comprender, sobre todo que las artes actuales (y no
sólo las visuales) están en constante evolución, y que todo estilo
es, en última instancia, cristalizar formas valiosas y útiles.
Al
impulso dado por este lenguaje vital, mediante las corrientes del
arte de cada época, se agregan las implicaciones sociológicas con
una arquitectura y un urbanismo que podrá ser desarrollada en el
espacio y en todas sus dimensiones. (Declinación de la propiedad,
exploración cósmica, abolición de las distancias, etc.). Por otra
parte, esta nueva concepción puede ser considerada como una
respuesta serena a tanto arte nutrido del asombro gratuito, de la
angustia con retorno y de la falsa y sistemática provocación del
azar.
De
tanto temerlas, hemos perdido el gusto por las profecías. No es
necesario, ni interesa, predecir cuál será el aporte de la
anticipación de la escultura hidráulica. Mis dudas encuentran, sin
embargo, un atenuante, puesto que a pesar de tantos equívocos, el
mecanismo de la imaginación flota sobre aguas claras y densas.
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