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1971-1978. EL RAYO LASER
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En
el año 1951
Charles H. Townes, del
Instituto Tecnológico de Masachussetts, concibe la idea de obtener microondas más cortas que
las existentes –por medio de la actividad atómica o molecular
controlada- lo que logra en 1961, bajo la forma de emisiones de
luces no registrables por el ojo humano que recibieron el nombre de
rayo láser (light amplification by stimulated emission
of radiation, o sea, ampliación de la luz por la emisión de
radiación estimulada); esto permite transformar todos los
componentes de la luz en un haz finísimo y el desplazamiento de las
ondas en un orden regular, estrecho y rectilíneo.
El 2,3 y 4 de abril de 1971 el arquitecto cordobés
Gregorio Dujovny realizó en la sede del
CAYC unas experiencias con
el rayo láser, como un material apto para la creación estética, en
el curso de tres jornadas.
Después de atravesar las salas donde se exhiben los diseños de
varios artistas efectuados mediante computadoras (entre los que se
encuentra un trabajo suyo) en el último subsuelo, un intenso como
fino rayo de color rojo vivo danzaba al ritmo de una música. La
misma estaba grabada en una cinta magnetofónica, el parlante
conectado a uno de los espejuelos del rayo láser, de tal modo que
las vibraciones sonoras hacían que éste se moviera desplazándose en
distintos ángulos, a la vez que el mismo atravesaba un disco formado
por vidrios de diversas calidades que provocaban reflexiones
luminosas, creando imágenes geométricas audaces y singulares –aunque
algo monótonas- que cambian constantemente, quizá a un ritmo
demasiado acelerado.
El
efecto producido es comparable al mezclar el tambor lumínico de
Le Parc, combinado a ciertas imágenes logradas por
Mac Laren en la
banda sonora de una película. Sólo que las primeras son de una
naturaleza rítmica más plástica y armoniosa en sus desplazamientos,
que la vertiginosa aceleración de ésta, teniendo como campo de
proyección las tres caras de la sala.
En
cuanto a lo segundo, las experiencias del canadiense, son la
transferencia del sonido a través de la célula fotoeléctrica; en el
caso actual es más superficial y mecánica, pues la conexión directa
hubiera significado el riesgo de arruinar un aparato que cuesta
alrededor de 2.000 dólares.
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Estas investigaciones se llevaron a cabo con tres equipos: helium –
neón – gas Láser LT 1-500 y He Ne 2.0 MV, anunciando el arquitecto
Gregorio Dujovny
otras experiencias en base al citado rayo: enrarecimiento de
un ámbito con humo para producir la mejor visualización del rayo y
hacer resaltar los efectos tridimensionales; la proyección de
imágenes sobre una pantalla natural (un plafond de nubes bajas, o un
día de niebla) como lo ejecutara –a principios del siglo- el
danés-americano
Thomas Wilfred al extender la experiencia a un plano
espacial, un hecho posible al tener el rayo láser un alcance de
treinta kilómetros; adquirir el rayo láser de luz verde, obtenido
con gas freón, para contar con rayos de dos colores.
En las experiencias previas,
Dujovny
recurrió al uso de
prismas que desviaban la luz; valiéndose de electroimanes, no logró
su objetivo, consiguiéndolo con el agua.
El
22 de octubre de 1978 un sector de la Ciudad de Buenos Aires se
conmovía ante un fenómeno luminoso aparecido sobre el cielo en la
zona de Palermo, citándolos como OVNI (objeto volador no
identificado).
Veinticuatro horas después, el hecho se aclaraba con las
declaraciones del empresario del espectáculo Laserium,
Willy Feliú, informando que se habían filtrado al exterior del
planetario Galileo Galilei unos haces de luces del rayo láser
provocando la aparición de formas geométricas y coloreadas en áreas
del firmamento porteño.
El espectáculo tenía origen en febrero de 1975 en el
planetario de Hayden (Estados Unidos) con el uso del rayo láser y
partituras musicales de
Aaron Copland,
Johann Strauss,
Respighi,
Billy Preston,
Gustav Holst,
Emerson, Lake y Palmer.
Al
comenzar el concierto, que dura menos de una hora, se ve el
firmamento familiar con estrellas en un cielo nocturno. Luego, los
haces de luz Láser chocan, saltan, se estremecen y ondulan sobre la
superficie del domo del planetario, con fantásticos rojos y verdes,
blancos y azules y así sucesivamente. Por momentos, son telarañas
delicadamente entretejidas y luego se convierten en líneas rectas
saltarinas en un frenético movimiento molecular. Hay grandes
círculos que se desintegran en puntos, los que a su vez se esparcen
en forma tridimensional.
Aunque el programa básico es el mismo, el laserista que opera el
tablero de mando durante cada función se deja llevar en parte por su
propia vocación artística de manera que hay algunas variaciones
entre cada lugar y cada presentación.
Al
trasladarse el programa a Buenos Aires, y ante la similitud con
algún OVNI, el empresario Feliú manifestaba:
Dos técnicos norteamericanos operan el equipo que produce un rayo
láser de baja frecuencia, que a su vez, pasa por filtros especiales
para dividirse en varios miniláser. Estos, al atravesar otros
filtros, son proyectados en amarillo, verde, azul y rojo para
reflejarse en la bóveda del planetario en múltiples combinaciones de
singular belleza, figuras geométricas regulares e irregulares,
círculos que giran a toda velocidad, se superponen y descomponen con
ritmo de vértigo, para aproximarse o alejarse de acuerdo a la
voluntad del operador, hasta volver a convertirse en cuatro
minúsculos e inofensivos puntos de color.
Los modelos más simples están compuestos por un tubo, dentro del
cual las moléculas de un mineral o un gas son excitadas por una
descarga eléctrica para que se produzca la luz; al borde de cada
punta del tubo hay un espejo, y la luz oscila entre los dos espejos
fortaleciéndose al formar un haz concentrado, en el que cada uno de
sus rayos, es de la misma longitud de onda; uno de los espejos
permite que por una mirilla parte de esa luz salga al exterior,
formando un haz muy fino que puede recorrer grandes distancias.